(Ref elsonar.aceprensa.com)
Las confrontaciones ideológicas de hoy tienen a menudo repercusiones en la escuela. Así ocurre cuando un grupo político logra aprobar una ley que consagra sus puntos de vista, y quiere también un respaldo legal para inculcar esos criterios a todos los alumnos, incluidos los hijos de padres contrarios a esas ideas. Pero en diversos países los padres han decidido plantar cara a esas imposiciones.
En Italia, la resistencia organizada de muchas familias ha logrado que el Senado rechace un proyecto de ley dirigido, en teoría, a luchar contra la “homotransfobia”, pero que, según sus críticos, imponía la ideología de género y el adoctrinamiento escolar en esa línea.
El proyecto de ley (conocido como Ddl Zan, por el nombre del diputado que lo presentaba) era una iniciativa de la izquierda, que aducía la necesidad de una protección legal para que gais y trans no sufrieran discriminación ni violencia. Si solo se tratara de eso, no habría tenido mayores dificultades para obtener suficiente consenso. Pero, como dijo uno de los senadores críticos, “esta ley utiliza como hoja de parra causas justas para sustituir el sexo por el género, la orientación sexual y la identidad de género”.
La resistencia más directa y perseverante ha sido la del movimiento Pro Vita & Famiglia, que ha dado la batalla hasta el último cartucho. Mantenían, en primer lugar, que esta nueva ley era innecesaria, pues el Código Penal ya castiga todo acto de violencia contra cualquier persona, independientemente de su orientación sexual, y que toda discriminación está también prohibida en otras leyes.
Si se han opuesto al proyecto de ley es por la carga ideológica que se pretendía imponer bajo el pretexto de defender a una minoría presentada como vulnerable. Según el líder de Pro Vita & Famiglia, Massimo Gandolfini, el verdadero objetivo de la ley era educar a las nuevas generaciones en la ideología de género. De ahí la resistencia de los promotores a suprimir del proyecto las menciones a la identidad de género, el empeño en que en todas las escuelas –públicas y privadas– se inculcara el respeto a esta identidad e incluso que se celebrara un Día de lucha contra la “homotransfobia”. Al mismo tiempo, con la pretensión de luchar contra los “delitos de odio”, las prohibiciones eran tan genéricas que amenazaban la libertad de expresión y parecían consagrar un nuevo delito de opinión.
Hasta la Secretaría de Estado vaticana tuvo la iniciativa insólita de enviar una nota verbal al Estado italiano, para advertir que las disposiciones del Ddl Zan podían limitar la libertad de expresión de la Iglesia y de sus fieles para enseñar su doctrina, contra lo previsto en los Pactos Lateranenses.
Pero no se trataba solo de una disputa entre la Iglesia y el Estado. También políticos de la izquierda habían criticado las deficiencias técnicas del texto propuesto, la definición de identidad de género, y las repercusiones de la ley en la libertad de expresión.
El texto había sido ya aprobado en la Cámara. Pero al llegar al Senado se pidió una votación previa antes de su discusión y en escrutinio secreto, algo previsto en el reglamento. Y, para sorpresa de muchos, el texto fue rechazado por 154 votos contra 131 y devuelto a la comisión, lo que implica volver a empezar. El resultado de la votación revela que el texto fue tumbado por francotiradores de la propia izquierda, que, amparados en el secreto, no siguieron las consignas de sus partidos. Se nota que, en materias de identidad de género, hay sus dosis de travestismos cuando no se mira a la galería.
Sea por convicción o por cálculo político, la mayoría de los senadores han sido sensibles a la postura del movimiento Pro Vita & Famiglia. Estos se felicitan porque el fracaso de la ley ha evitado el adoctrinamiento ideológico en las escuelas, que era su principal preocupación. Una disposición que hubiera obligado –también a las escuelas cristianas– a enseñar una visión de la identidad sexual contraria a su doctrina y a lo que los padres que eligen esas escuelas quieren transmitir a sus hijos.
El debate entra en la esfera política
También en Estados Unidos el debate sobre las ideas que se inculcan a los niños en las escuelas se ha convertido en una cuestión candente. Movidos por el afán de luchar contra el racismo y de defender los intereses de las minorías, los claustros docentes de bastantes escuelas se han volcado en educar a los niños en los valores que ellos defienden.
Sin duda, la inmensa mayoría de los padres están de acuerdo en que la escuela debe educar a los niños contra las actitudes racistas. Pero eso no significa que den un cheque en blanco para que se adoctrine a sus hijos según la llamada “teoría crítica de la raza”, que pone la identidad racial por encima de la individualidad y que presenta el racismo como el eje central de la historia de EE.UU. Tampoco tienen inconveniente en que se eduque a sus hijos en el respeto de las minorías y en la apertura a la diversidad. Pero otra cosa es que, para satisfacer a los activistas trans, se les enseñe que el sexo y el género no tienen nada que ver, o que se les obligue a utilizar una terminología “no binaria”.
Con la polarización política en EE.UU., el currículo escolar –o más bien las ideas que transmite– se ha convertido en un campo de lucha. Las tropas pedagógicas de la ideología woke se lanzaron a moldear las mentes de los alumnos conforme a sus ideas, que a su juicio responden a valores cívicos. Pero se han encontrado con la resistencia de muchas familias que denuncian un uso partidista de la escuela pública y un adoctrinamiento abusivo de sus hijos.
La confrontación se está desarrollando a través de choques en los consejos escolares, denuncias cruzadas entre sindicatos de profesores y movimientos familiares, querellas ante los tribunales y polémicas en la prensa. Varios estados, dominados por los republicanos, han aprobado leyes que vetan la enseñanza en la escuela pública de ideologías partidistas, como la teoría crítica de la raza.
El último y llamativo efecto en la vida política ha sido la elección de un gobernador republicano en Virginia, donde los demócratas dominaban desde 2008. El candidato republicano, Gleen Youngkin, hizo campaña subrayando mucho el tema educativo y machacando la afirmación de su adversario, Terry McAuliffe, que había dicho que “no creía que los padres tuvieran que decir a las escuelas lo que debían enseñar”.
Youngkin, en cambio, insistió en que las escuelas no deberían inmiscuirse en teorías sobre el racismo y la identidad de género. De este modo se presentó como el candidato que defendía los derechos de las familias. “Esto ya no es un campaña. Es un movimiento liderado por los padres de Virginia”. Al margen de la estrategia política, el mero hecho de presentarse como el campeón de las familias frente a la burocracia educativa y salir vencedor es todo un signo.
Desde el otro lado, se asegura que los conservadores están echando leña al fuego al afirmar que las escuelas públicas están dominadas por extremistas. Como escriben los autores de un artículo en el Washington Post, se trata solo de que los alumnos estén abiertos también a ideas distintas de las de sus familias. “¿Cuándo divergen los intereses de los padres y los de los hijos? –se preguntan–. Generalmente, cuando el deseo de los padres de inculcar una particular concepción del mundo impide que el niño oiga otras ideas y valores que un joven independiente puede desear acoger o al menos considerar”.
Pero lo que los padres reprochan a los profesores activistas es que estén inculcando a los alumnos “su” particular concepción de mundo que excluye “otras ideas y valores”. No es que expongan las diversas posturas en materias discutidas, sino que toman partido por las de un lado. Cuando un niño es pequeño, no está en condiciones de escoger entre distintas ideas, y un choque entre lo que se le enseña en casa y lo que se le inculca en la escuela solo va a crearle confusión. Y a medida que un alumno va haciéndose mayor, va a estar expuesto en cualquier caso a distintas concepciones del mundo. Lo que cabe esperar de la escuela estatal es que mantenga una neutralidad ideológica, procurando enseñar los valores cívicos de un modo que no implique enfoques partidistas.
Y, si se trata de enmarcar la educación dentro de un ideario particular, como ocurre en escuelas privadas, más vale que sea algo transparente y elegido por los padres.