(Ref institutoculturaysociedad.wordpress.com)

Los vínculos familiares sanos llevan implícitos bienes como la reciprocidad, la generatividad y la acogida y tienen la capacidad de expandirse más allá de sí mismos y beneficiar a toda la sociedad. Esta es una de las principales reflexiones que surgieron en la sesión plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales con el papa Francisco, celebrada el 29 de abril de 2022.

Ana Marta González, investigadora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra y miembro de la Academia, participó en el encuentro. Con motivo del Día Internacional de la Familia, comparte en esta entrevista algunas reflexiones en torno al papel de la familia en la sociedad actual.


¿Qué quiere decir que la familia es un bien relacional?

La terminología se debe en buena medida a la sociología relacional del profesor Pierpaolo Donati, pero evidentemente no es solo una idea particular de un sociólogo concreto. La familia es, ante todo, una realidad relacional. Es decir, que está constituida por relaciones: en primer término, por la relación conyugal; después, la relación paterno-filial, la relación fraterna… Si nos adentráramos en los detalles de la sociología de Donati encontraríamos más tipos de relaciones, por ejemplo, la relación que cada cual establece con la relación que otros mantienen entre sí.

Aquí se quiere incidir en que lo principal de una familia son los vínculos que se establecen entre los miembros y, además, en una particularidad que presentan esos vínculos: su proyección más allá del ámbito familiar. En la medida en que los vínculos familiares son, digamos, sanos –sólidos–, se expanden más allá de sí mismos. La relacionalidad de la familia no se queda ad intra, sino que se proyecta hacia fuera: personalidades y familias acogedoras, solidarias, etc.

¿Qué aspectos de la familia que le permiten generar bienes relacionales?

Hay una metáfora que resulta muy esclarecedora: la de la familia como genoma social. Esta noción, tomada de la biología, denota que la familia es un organismo vivo, con una potencialidad para el crecimiento orgánico. Si continuamos con esta metáfora, la familia consta básicamente de cuatro genes: 1) la sexualidad, 2) la generatividad –y me parece importante incidir en la palabra “generación” más que “reproducción”, precisamente porque en la palabra “generación” se connota también una dimensión social: los “de mi generación”–, 3) la reciprocidad –con las características propias del ámbito familiar, que la distinguen de la reciprocidad propia del mercado, pues en la familia no se trata de un simple intercambio de equivalentes– y, relacionado con esto, 4) la gratuidad o dimensión donal.

Cuando estos cuatro “genes” están bien interrelacionados, no fragmentados, la familia genera bienes relacionales tales como la confianza, la solidaridad, la gratuidad, la donación, que se expanden más allá de la familia y que tienen un potencial humanizador de la sociedad en su conjunto. 

Entonces, ¿la familia sana también sociabiliza?

La familia es una institución peculiar, porque está a medio camino entre naturaleza y artificio; y también tiene una función mediadora entre lo privado y lo público. La familia como tal no es una realidad enteramente privada, ni, desde luego, aunque genere potenciales ciudadanos, puede considerarse una realidad directamente pública; es un sujeto sui generis

De hecho, cabría plantear que el derecho vigente no se hace cargo totalmente de la subjetividad social de la familia. Yo no soy jurista; pero probablemente en esta reflexión sobre la familia se apuntan ideas que merecería la pena desarrollar no solo desde un punto de vista jurídico sino también desde un punto de vista económico.

Siendo una realidad que no es puramente del ámbito público, pero tampoco puramente del ámbito privado, ¿cómo se puede detectar cuándo hay justicia o injusticia dentro de una familia? 

Es un punto muy importante y al mismo tiempo muy complicado. En principio debemos presumir que una familia bien constituida se hace cargo de las personas que la integran, en un contexto de gratuidad, reciprocidad, confianza… Esta es la presunción. De entrada, asumimos que la familia se hace cargo más plenamente de las personas que las instituciones públicas; que los padres cuidan de los hijos mejor que cualquier que pasa por la calle…  Pero, efectivamente, puede haber disfunciones y de hecho las hay. Donde hay amistad no hacen falta muchas consideraciones normativas. Pero cuando falta, sí. De hecho, como dice Aristóteles la injusticia es tanto más grave cuanto más amigos son aquellos con quienes se comete. Por eso, allí donde se lesionan gravemente los derechos de los miembros de la familia hay, digamos, un fundamento para que el Estado pueda intervenir. Así ocurre en todos los casos de violencia intrafamiliar, o cuando se dan casos de maltrato de niños. Naturalmente, es una materia delicada, porque lo que pide la justicia no es imponer estándares abstractos de bienestar, sino cuidar razonablemente de los hijos.

¿Cuándo podemos decir que una familia cumple su función?

Cuando socializa adecuadamente a sus miembros, en diálogo con el mundo circundante, del que no puede aislarse, ni aislarlos. También por esa razón una familia no puede ahogar la personalidad de sus miembros. Aquí me remito a un sociólogo de las emociones, Scheff, que distinguía, precisamente, entre vínculos sociales seguros y vínculos sociales inseguros, para determinar situaciones en las que la personalidad de uno de los miembros de la familia queda totalmente absorbida, prácticamente anulada, por la personalidad de otro. Esto, que se da en muchas formas de violencia de género, es, prácticamente, una forma de alienación. Otra forma de alienación, de signo totalmente opuesto pero también preocupante, sería el proceso contrario: cuando una persona de la familia se aísla, se siente y vive totalmente ajena a la vida familiar. No hay que olvidar que una familia no es un agregado de individuos, sino una unidad sui generis.

 Naturalmente, cuando estudiamos la familia, nos fijamos en la familia “funcional”, porque, de lo contrario, tampoco identificaríamos la naturaleza de las disfunciones. Pero las disfunciones pueden existir, y existen cuando se dan esas formas de alienación, o cuando los padres desarrollan una actitud posesiva de los hijos. Hay que insistir en que los hijos no son una propiedad de los padres. Los padres tienen una responsabilidad principal sobre los hijos que han generado, una responsabilidad que se refiere al sustento, la formación y educación de los hijos, pero no son sus propietarios. El amor personal, que se presume en la familia, comporta respeto por la integridad del otro, también del hijo, cuya libertad deben educar, no anular.  Esas distinciones son las que, en caso de problemas en el ámbito familiar, tiene que establecer un juez. 

¿Cómo puede ser un Estado más family friendly?

Si se tomara en serio a la familia como una instancia mediadora entre lo privado y lo público, si se tomaran en cuenta los bienes que genera la familia – de los que dependen a su vez tanto el Estado como el mercado – entonces el Estado y el mercado comenzarían a cambiar ciertas políticas y tomar en consideración a las familias como un peculiar agente social.

A veces, los bienes que generan las familias no se toman en cuenta porque no  tienen una traducción monetaria inmediata; sin embargo, tanto el Estado como el mercado descansan de muchas maneras en los bienes relacionales que emergen en el marco de la vida familiar. El estado proporciona seguridad, y el mercado nos proporciona algo que nos gusta mucho, que es la eficiencia. Durante la pandemia nos hemos beneficiado de la eficiencia del mercado –por ejemplo, de Amazon –, pero está claro que Amazon, por muy  eficiente que sea, no genera bienes relacionales. Bienes relacionales se generan, por ejemplo, cuando voy al tendero de la esquina y cruzamos unas palabras, o cuando pido un favor a un vecino…La fuente originaria de esos bienes relacionales, que crean sociedad, está en la familia. 

¿Qué hay de la legislación y las políticas públicas?

El Estado también descansa de muchas maneras en esa vida social, cuya célula primordial está en las familias, pero a veces no somos conscientes de ello. La legislación que involucra o atañe a las familias muchas veces presenta contradicciones. Por un lado, se habla de los padres de familia como responsables de la unidad familiar y, por otro lado, se les priva de recursos financieros para ejercer esa responsabilidad. Esto mismo se observa en la educación de los hijos: las familias son las primeras -no las únicas- educadoras, precisamente porque son las primeras responsables de los hijos, pero a veces se les priva o se dificulta esa iniciativa, respecto de la cual la acción del estado es subsidiaria… Ojo: no digo que el Estado no tenga nada que decir en la educación: tiene mucho que decir, puesto que parte del proceso educativo se orienta a formar ciudadanos de un estado, con unos derechos y unas responsabilidades. Pero la iniciativa, especialmente en los primeros años, esos que median entre lo privado y lo público, es de la familia.  

Por otra parte, actualmente, la mayor parte de los problemas que tensionan la convivencia familiar tienen que ver con políticas fiscales que ahogan a las familias, o con falta de recursos y una situación laboral precaria. Teniendo en cuenta que la familia proporciona cuidado a los trabajadores que están a cargo de la economía productiva, deberíamos preguntarnos más en serio de qué forma la economía productiva reconoce ese apoyo que se presta a los trabajadores desde la familia. Se empieza a hablar de responsabilidad familiar corporativa, pero, con carácter general, debería establecerse una circularidad, una subsidiariedad recíproca, entre Estado, mercado y las familias.

¿Cuál es su propuesta en torno a la relación entre Estado, mercado y familia?

Hay una noción interesante, antigua, que aparece en la doctrina social de la Iglesia muy temprano, en la primera de las encíclicas sociales – la Rerum Novarum de León XIII – en un contexto social completamente diferente, como es obvio: el salario justo; años después, Pío XI la concretó en “salario familiar”. Se suponía que un salario justo, entre otras cosas, debería bastar para mantener una familia. Si lo trasladamos a nuestra situación, donde trabajamos hombres y mujeres, eso significa que, trabajando la mitad, entre los dos deberían poder sostener a la familia. El tiempo restante sería bien empleado, precisamente, en el cuidado de los suyos, que es una forma de trabajo relacional, en el desarrollo cultural y social, que supone trabajo cívico. Esto es humanizar la economía: ponerla al servicio de las personas. Esto es humanizar la sociedad.

Para que esto sucediera las familias también tendrían que asumir de forma más decidida su protagonismo como agentes sociales en la vida civil. El diálogo social no puede limitarse únicamente al diálogo entre el gobierno y el mercado -representado por patronal y sindicatos-; sino que debería incorporar a las familias como uno de los interlocutores, pues ellas son en definitiva las que sostienen tanto al mercado como al estado en su conjunto.  


 Este post se enmarca en el Reto ICS 2022-2023,“Jóvenes, relaciones y bienestar psicológico”. Su objetivo es estudiar el bienestar psicológico en la adolescencia y juventud con un énfasis en las relaciones interpersonales. Se abordará con una perspectiva interdisciplinar que tendrá en cuenta la antropología, la sociología, la lingüística, la psicología y la epidemiología, así como cualquier otra disciplina que pueda aportar nuevos enfoques al estudio de este periodo.

Autora: Berta Viteri