(Ref revistamision.com)
Jaime Serrada, psicólogo y profesor en la Universidad Francisco de Vitoria, explica a Misión que hay mil formas de jugar, pero la propia de los juegos de mesa ofrece una riqueza muy concreta: “Es una forma de socialización presencial donde me encuentro que los otros están totalmente disponibles para mí y pasamos tiempo juntos”. Gracias a las posibilidades que ofrece este tiempo de calidad, los niños adquieren de forma sencilla numerosas habilidades que luego no hará falta enseñarles explícitamente.
El “círculo mágico”
Jugar es un acto libre; no podemos obligarles. Es importante que ellos mismos lleguen deseosos al tablero, para que entren de lleno en el “círculo mágico”, es decir, que asuman las reglas del juego e inicien la partida dispuestos a disfrutar y a ganar (o por lo menos a intentarlo). “Cuando entran a ese círculo, se les permiten expresiones como ‘voy a arrasar hoy’, que en otro contexto no estaría permitida, precisamente porque se trata de un juego”, explica Serrada. Dentro de esta dinámica, los niños aceptan perder, esperar su turno y mantener una actitud lúdica que los preserva de las malas formas. “Conviene que toda la familia participe, padres incluidos, para que se cree esa magia propia del juego de mesa”, concluye Jaime.
Paciencia y sacrificio
“Cuando los niños juegan, desarrollan nuevas competencias, destrezas y habilidades solo por el hecho de jugar”, asegura Serrada. Ya solo con saber que tienen que respetar su turno, aprenden a ser pacientes y a no romper la dinámica del juego con quejas. Descubren que protestar cada vez que esperan su turno no ayuda. Además, aprenden a hacer sacrificios e, incluso, a ceder algo importante por un bien mayor. “Un ejemplo muy claro lo encontramos en el juego de ajedrez, donde sacrificas algunas fichas para intentar jugadas ganadoras. Los niños así aprenden a posponer la gratificación inmediata, entre otras cosas”, asegura Serrada.
Ausencia de jerarquías
Cuando jugamos, desaparecen las jerarquías entre padres e hijos; todos los participantes se someten a las mismas normas. Esto significa que nuestros hijos pueden ganarnos la partida, aunque sepamos más que ellos. Así, crecerán en autoestima y arrojo para intentar nuevos retos. Además, esta estructura hará que afloren actitudes que quizá no conocíamos en los participantes. ¡Es una excelente ocasión para conocer mejor la personalidad de cada hijo!
Manejo de emociones
Es normal que jugar suscite en los hijos emociones desagradables. Serrada advierte que “no es malo que los sostengamos en esas emociones, porque son parte del juego. Sin embargo, si al terminar de jugar una emoción negativa persiste, tenemos la posibilidad de analizar con nuestro hijo qué hay más allá. Podemos hablarle de cómo lleva la frustración, por ejemplo”.
Algunas habilidades
Jaime Serrada explica que hay páginas web para conocer las habilidades que enseñan los distintos juegos de mesa. A modo de aperitivo, da algunos ejemplos.
Comunicación: en juegos como Tabú o Party, hay pruebas donde los niños deben explicarse bien si quieren que su equipo gane.
Trabajo en equipo: en una partida de Trivial, es importante que un equipo se ponga de acuerdo con la respuesta que debe dar, y será clave hacerlo en un tiempo determinado.
Orden y planificación: los juegos como Carcassonne o Colonos de Catán requieren de una gran capacidad de planificación que irán adquiriendo si se esfuerzan en ganar.
Para repasar la fe: los juegos de Disciple son perfectos para jugar en familia y poner a prueba los conocimientos de la fe cristiana.