(Ref nuestrotiempo.unav.edu)
¿Se puede conseguir que un adolescente consumidor de TikTok llegue a disfrutar de un clásico del cine en blanco y negro? Javier Ocaña, crítico de El País y profesor de Cine, piensa que sí y propone un itinerario para introducir a los más jóvenes en el séptimo arte.
Le acabo de preguntar a mi hermana, que tiene una representación de niños y adolescentes, qué pelis ven en casa. Me ha hablado de Rompe Ralph, de Canta y La patrulla canina. No creo que los gustos de millones de niños del planeta sean muy diferentes. Sin embargo, Javier Ocaña está convencido de que los chavales pueden llegar a disfrutar de los clásicos.
Su tesis está encerrada en un libro maravilloso —De Blancanieves a Kurosawa (2021)— que abre un melón complejo: ¿cómo podemos aficionar a los jóvenes al buen cine? Porque, además, estamos hablando de una generación que ha crecido rodeada de pantallas, consumiendo horas de vídeos de YouTube, adicta a las series y suscrita a varias plataformas desde su más tierna infancia.
A ese joven háblale de las maravillas de Casablanca o del nervio de Centauros del desierto.
Ocaña está seguro de que ese joven puede llegar a emocionarse con el cine de Douglas Sirk, a reírse con los hermanos Marx y a vibrar con los films de Kurosawa. Todo reside en cómo llegue a ellos.
De Blancanieves a Kurosawa más que un libro es una guía. Ocaña parte de su experiencia de profesor y, sobre todo, de padre y, por ese motivo, su exposición es profundamente realista y práctica.
Todos los niños se inician con la animación; es lo normal y lo deseable. Lo lógico es que les enganchen los dibujos pero lo importante es el paso de esas historietas breves a un cine de animación más elaborado, una película primero de Disney y luego de Pixar, pero no de cualquier Pixar, porque sería complicado que conectaran con Soul, por ejemplo.
Top 3 IMDB, una base de datos online sobre cine con 83 millones de usuarios, hace un ranking con las mejores películas para ver en familia. En primer lugar sitúa El viaje de Chihiro (2001), seguido por ¡Qué bello es vivir! (1946) y finalmente El Rey León (1994). No solo cine Uno de los comentarios más lúcidos del libro de Ocaña tiene que ver con el trabajo del crítico. «Para analizar el cine —dice— es imprescindible haber vivido, haber salido de la burbuja de la pantalla para experimentar en carne propia los conflictos del ser humano». Puestos a elegir… El auge de la televisión a la carta nos lleva, en ocasiones, a pasar horas delante de la pantalla consumiendo películas o series que sabemos de baja categoría. La recomendación de Ocaña, por su evidencia, es imperativa: «Solo conozco dos categorías de películas: las buenas y las malas. Puestos a elegir, elijamos las primeras para ver en casa». |
No hay que apresurarse por pasar de la animación a los protagonistas de carne y hueso, ni en cambiar la televisión por el cine. Hay que ir con calma; un niño no para quieto. El crítico cuenta con gracia una experiencia común a todos los que hemos ido con un pequeño a una sala de cine: que pasados diez minutos —terminadas las palomitas— gire la cabeza y diga: «¿Nos vamos a jugar y seguimos mañana?».
Otro de los grandes temas al ver cine con los más pequeños es quién elige la película. Ocaña aporta un consejo lleno de sentido común que sirve no solo para esto sino para casi cualquier cuestión, y no solo para los niños sino también para los adolescentes y los jóvenes: eligen ellos… de una selección que hacen los padres. Así todos contentos. Los hijos, que han escogido la película, y los padres, que saben que lo que van a ver tiene una cierta calidad, es apropiado para su edad, etcétera.
Y, una vez elegida la peli, ¿la vemos juntos o no? Siempre que se pueda, sí. A veces puede ser costoso tragarse Canta por décima vez pero, para los más pequeños, vivir esta actividad con sus padres, tíos o profesores es casi un sueño. Y piensa que va a durar muy poco. Dentro de un par de años, tus hijos, sobrinos o alumnos serán adolescentes y se encerrarán en sus cuartos a mirar lo que quieran en un móvil. Pero, si tienes suerte y se han acostumbrado a sentarse a comentar las películas con adultos, a lo mejor —pasado el sarampión de la adolescencia— vuelven al salón a disfrutarlas contigo. Será un momento emocionante en el que agradecerás las horas de dibujos animados que compartiste en su infancia.
Decíamos que se empieza siempre con los dibujos animados pero ¿con qué seguimos? El crítico de El País propone un recorrido muy flexible que va de la animación a la aventura para pasar a la comedia y después al wéstern…, pero todo según el niño porque, más que unas etapas prefijadas, uno de los grandes hallazgos de este libro es encontrar esos títulos que pueden servir para dar pasos de comprensión cinematográfica. Y aquí se despliega la sabiduría de Ocaña para recuperar películas que desconocíamos o que vimos de niños y dormían en nuestro subconsciente.
Aparece, por ejemplo, La bruja novata (1971) como «banderín de enganche» entre la animación y el cine con personajes de carne y hueso o la reivindicación de El secreto de la pirámide (The Young Sherlock Holmes, 1985) como digno antecesor de Harry Potter.
Y surge Big (1988) para hablar del amor y el sexo con niños o Bambi (1942) y Up (2009) para mostrar la muerte, porque, una de las propuestas de esta guía es que las cintas son, o pueden ser, un valioso instrumento para comentar con los jóvenes, para abordar con ellos temas que, en el día a día, quizá no surgen con facilidad.
Eso teniendo en cuenta que el mundo no empieza ni acaba en una sala de cine. Las películas son ficciones que pueden ayudarnos a crecer, a enriquecernos como personas —o al contrario— pero siempre dentro de unos límites. El cine no nos hace buenos o malos pero sí nos hace un poco más sabios o ignorantes. Por eso enseñar a ver buen cine puede ser una magnífica asignatura para cursar en familia.